16/9/12

Colomer y el fruto del trabajo.

La orquesta Filarmónica de Málaga confirma su progresión bajo la dirección de Edmon Colomer con el que fue, probablemente, su mejor concierto de los últimos años.
 
 
El programa, exigentísimo, incluyó dos obras maestras de un autor, Brahms, con el que la orquesta siempre ha tenido problemas para obtener el sonido amplio y compacto que debe resolver el intrincado tejido armónico que caracteriza sus obras. La mejoría desde la anodina Segunda de hace un par de años ha sido espectacular: la orquesta toca un verdadero legato, con una sección de cuerda produce por fin ese sonido cálido y robusto que es la base de la orquesta romántica y que sostiene a las familias de vientos y metales. Colomer empleó toda su energía en motivar a su gente y ésta ha respondido con entusiasmo, en particular en el Finale de la Primera. Sólo los chelos siguen adoleciendo de cierta falta de cuerpo. Por el contrario, en algunos momentos el timbal resultó invasivo.
 
La primera parte estuvo a buen nivel, aunque el Concierto en re menor pecó de cierta morosidad y academicismo en el comienzo del Maestoso. Alexei Volodin imprimió un mayor ímpetu juvenil a la ejecución. Se trata de un pianista que sabe alternar exuberancia e introversión, con un bello pianissimo. Sólo se echó de menos algo más de penetración en los arduos trinos del primer tiempo. En la coda del Finale ofreció esa emocionante sensación de intérprete que hace música en estado de inspiración verdadera.
 
Colomer plantea una Sinfonía en do menor dramática, urgente, resaltando el conflicto contenido en el complejo juego polifónico del primer tiempo. Pero también supo conducir los remansos, como esa sublime primera coda, y planificar los clímax del Finale. Muy bien expuesto el juguetón Allegretto. Un concierto triunfal.

2/9/12

Bayreuth en el Liceu de Barcelona

Direcció musical
Sebastian Weigle

Repartiment:
Ricarda Merbeth
Michael König
Franz-Josef Selig
Benjamin Bruns
Samuel Youn
Christa Mayer
Orquestra i Cor del Festival de Bayreuth

Si uno tuviera que juzgar a partir de los aplausos, diría que ayer se vivió una representación histórica en el Liceu. Si nos atenemos a lo escuchado y estamos dispuestos a ser generosos, se trató de una buena noche de ópera.

Los puntos fuertes de la ejecución - no escenificada - fueron los previsibles: el placer de escuchar una orquesta y un coro de primer nivel en su repertorio guiados por una mano solvente. Al principio se notó la voluntad de limitar el volumen de sonido, pero la orquesta no tardó en soltarse: raras veces se escucha un sonido tan grande y a la vez tan calibrado y de tanta calidad en todas las secciones. No obstante hay que decir que Sebastian Weigle también obtuvo acompañamientos líricos: de hecho si hubiese que quedarse con un detalle sería el acariciador timbre de los chelos que envolvió las voces de Senta y el Holandés durante su gran dúo. Un pasaje muy especial. Weigle destacó sin compejos la inspiración popular de algunas  músicas, durante las cuales se pudo observar a varios miembros de la orquesta particularmente motivados. A veces, en algunas intervenciones del viento metal que incluso hicieron temblar las butacas, demasiado. El coro del Festival estuvo a la misma altura tanto en decibelios como en calidad (excepto quizá los tenores). Se puede afirmar, por tanto, que el miedo al "bolo" por parte de coro y orquesta, queda olvidado.

En el reparto sólo destacó la Senta de Ricarda Merbeth, voz de rango lírico, bien emitida en la zona alta y capaz de correr con solvencia por el teatro. Durante la noche fue mejorando en las dinámicas suaves, que en sus primeras intervencios fueron de afinación dudosa . Desde el punto de vista expresivo cantó con buena línea y con cierta idea de destacar el aspecto alucinado del personaje. Su interpretación debería ir creciendo con el tiempo si fuera capaz de profundizar en la poética y eliminar los clisés (entre ellos, una gesticulación que recordaba a las actrices del cine mudo).

Por desgracia el papel titular no estuvo servido a la misma altura. Samuel Youn, barítono de voz discreta, un poco fibrosa y sin interés tímbrico, estuvo correcto y musical en el citado dúo, donde la expresión lírica le conviene y cantó con linea plausible, incluso con matices dinámicos. Sin embargo, en el gran monólogo del primer acto la escritura le resultó ardua, no impresionó en ningún momento y su expresión fue genérica. En resumen, no existió un protagonista con relieve trágico que contribuyese a situar en segundo plano las irregularidades de "Der fliegende Holländer", una ópera en la que lo accesorio se justifica por la grandeza de este personaje.

Selig tiene voz de bajo, robusta además, y resulta simpático dentro de una forma de cantar un poco basta. También hay que decir que musicalmente Daland es de interés limitado.

Michael König no merece mucho espacio: una de las peores cosas jamás escuchadas. Una voz de Parpignol emitida de forma infame, que no corre en absoluto y casi mejor que así sea, después de escuchar algunos de los agudos desembuchados en el último acto. En su corto pero lucido papel incluso un tenorino como Bruns demostró tener mayor interés; feble pero agradable.
 
Por último, se apunta que el teatro estaba lejos del lleno, lo que unido al balance artístico arroja sombras sobre el éxito de la noche inaugural de este festival wagneriano...