28/5/11

Grandes Cantantes del pasado: Margherita Grandi


Vida y carrera:

Margaret Gard (1892-1972) nació en Nueva Gales del Sur (o en Tasmania, según otras fuentes) en una familia irlandesa. Su talento para el canto destaca pronto y sus conciudadanos le financian un viaje de estudios a Europa en 1909. En París estudia con Jean de Reszke, en Londres con una beca en el Royal College of Music y de nuevo en París con Emma Calvé. Por aquellos años (1917-1922) debuta como mezzo lírica (Charlotte, Amadis), aunque su carrera no puede describirse con exactitud puesto que solía actuar bajo seudónimos (entre ellos, Djemma Vecla, anagrama de la Calvé). Casada con el escenógrafo Giovanni Grandi, se establece en Milán a mediados de los años veinte. El cambio fundamental llega con las enseñanzas de Giannina Russ, quien la reorienta hacia la cuerda de soprano dramática. Desde su nuevo debut en 1932 ("Aida") hasta la Segunda Guerra Mundial canta con éxito en los principales escenarios de Italia (Tosca, Elena, Leonora de "Trovador", Amelia de "Ballo", Elisabetta). En 1939 protagoniza unas funciones históricas de "MacBeth" en Glyndebourne con Fritz Busch. Desgraciadamente, la guerra interrumpe su carrera: su marido la debe rescatar de un campo de concentración en Avellino y llega a colaborar con los partisanos en el Norte. Tras el conflicto canta durante unos pocos años, repitiendo éxito en Glyndebourne con su Lady. En 1951 se retira cantando Tosca en la ROH. Murió en Milán.

La voz, la cantante.

Desmond Shawe-Taylor consideraba que Grandi fue la mejor voz que escuchó en un teatro, opinión compartida por críticos de la isla como Blyth, Harewood y Rosenthal. Se trataba de un bello instrumento de soprano dramática a la antigua: amplio, potente, timbradísimo, extenso, flexible y oscuro. Técnicamente era casi irreprochable, lo que le permitió mantener sus cualidades hasta una edad madura: dicción nítida, ejemplar unión de registros, emisión mórbida y squillante. La amplitud y nobleza del legato, la coloratura di forza y la capacidad de adelgazar el sonido en toda la tesitura completan el retrato de un verdadero fenómeno vocal.

18/5/11

Mahler y la nada

En el día que se conmemoran los cien años de su fallecimiento, vamos a recordar a Gustav Mahler con la última música que completó (al menos de forma ejecutable): el Andante - Adagio de su inconclusa Décima Sinfonía. Música que cierra la llamada "Trilogía de la Muerte" (con "Das Lied von der Erde" y la Novena) en la cual se concentran todas la obsesiones existenciales del autor. Este tiempo, destinado a ser el primero de la partitura, abunda en la declaración amor desesperado a la vida que finalizaba la Novena, con la que comparte la misma atmósfera de lirismo "enrarecido". Una ambigua frase de las violas parece buscar una tonalidad a la que aferrarse; le sigue una sección de mórbido melodismo en los violines. Con este material Mahler construye un nuevo Rondó bruckneriano basado en retornos del primer tema de los violines y sucesivas variaciones. Sin embargo, el clímax del movimiento es el completo opuesto a la afirmación de la tonalidad que culminaba los modelos de Bruckner. Aquí la música se extravía en crueles disonancias a las que el quejumbroso pasaje posterior parece incapaz de dar respuesta. Ésta, si la creyó posible el autor, debía haber llegado más adelante pero la muerte lo impidió.

También se encontraba a las puertas de la muerte Dimitri Mitropoulos cuando dirigió este Andante-Adagio, precisamente en una serie de conciertos que conmemoraban el centenario del nacimiento de Mahler. En este caso se empleó la pionera edición de Krenek. Como en todas las interpretaciones de su música que nos ha legado, el mensaje se impone a la modesta toma de sonido. Mitropoulos mira de frente al horror y aunque su tempo es considerablemente lento, nunca suaviza la tensión ni dulcifica el juego del contrapunto. Con él las melodías de los violines carecen de sentimentalismo; habitan en una dimensión espiritual fría, ajena al calor del cuerpo. El clímax estremece como un grito que surge de la nada y a la nada retorna, presentimiento terrible y consolador a la vez.

Adagio-Andante

17/5/11

High-tech Walküre

Mucha expectación ha rodeado al estreno de esta nueva "Valquiria" producida por el MET. En primer lugar debido al alarde tecnológico de su puesta en escena, basada en un gigantesco xilófono cuyas teclas actúan como escenario y como proyector de imágenes. En segundo lugar, por haber reunido un reparto interesante que incluye al tenor de moda debutando en el papel de Siegmund. En resumen hay que reconocer que se trata de un espléndido espectáculo, concebido para hacer disfrutar e impresionar, cosas que consigue. Técnicamente la retransmisión ha sido inmejorable, empezando por una toma de sonido que ofrece nitidez absoluta, presencia espectacular y, sobre todo, decibelios, muchos decibelios. He aquí la duda que conviene arrojar sobre el "show" una vez se reconocen sus virtudes: la forma en que se captan y retransmiten las voces las iguala a todas y las hace independientes de la orquesta, de manera que no importa lo fuerte que toque, que nunca los cubre y todo el reparto podría parecer (al oído que sólo valorara el volumen) integrado por cantantes heroicos. El resultado que escucha el espectador viene a equivaler a una grabación de estudio, pero con el incentivo de ser grabada en vivo. Desde este punto de vista, es un hallazgo atractivo sin duda. En el aspecto visual existe el ya acostumbrado abuso del primer plano, pero desde luego el aparato escénico también fue protagonista.

La producción de Robert Lepage es un espectáculo tecnológico made in USA, pero en sí carece que valores dramáticos importantes, centrándose en la presencia ubicua del referido xilofón y sus sugestivos efectos al más puro estilo de cine de ciencia ficción. Presenta además varios errores de enfoque en la relación de Wotan y Brunilda y una mala dirección de actores. En mi opinión, estamos ante una simple renovación del concepto escénico epatante de la "Grand Opéra": en vez de decorados, su evolución digital en forma de teclas monstruosas. Por cierto que la representación se retrasó más de media hora debido a problemas con el artilugio. El vestuario de la producción es reconocible (en el MET no hay uniformes nazis ni disfraces de plátano que valgan) pero de una cierta intemporalidad muy atractiva.

Jimmy Levine, muy arropado por el público, llevó la Jornada con tempi moderados, lo que le permitió extraer pasajes líricos subyugantes, con unos timbres cantables y expresivos. Esto evidentemente es más virtud de la orquesta que suya. No llega a carecer de brío en otros momentos, pero no están a la misma altura. Los grandes clímax de cada acto fueron un poco romos y desorganizados, más basados en el volumen de los metales que en la acumulación de tensión.

Lo mejor de la noche fue el primer Acto, que en mi opinión queda como una grabación que podría competir honorablemente en la discografía de la obra. Primero porque Levine ofreció lo máximo en belleza y lirismo encendido cuando acompañaba a los velsungos, comentando allá donde las palabras callaban (solo de chelo en la escena del primer encuentro). En segundo lugar, por una notable pareja de hermanos que difícilmente puede mejorarse actualmente. Lo escuchado a Kaufmann en este Acto me convenció plenamente por primera vez. La voz es atractiva, densa, robusta y no carece de intensidad tímbrica dentro de un tono engolado. Particularmente soy algo contrario a estas voces "tuneadas", pero no se puede negar que es de una calidad inencontrable actualmente. La tesitura del primer acto le permitió además explotar a tope sus cualidades. K. debe poseer una impostación natural magnífica en la franja media, que se preocupa mucho de ensanchar y llevar a la superior sin recoger la emisión pero tampoco abriéndola. Las pocas pero comprometidas notas por encima del pasaje fueron potentes y voluminosas (amplios "Wälse", seguro la natural). En el segundo Acto en mi opinión abusó de su impostación baja y mostró los problemas que acabará dándole si insiste en este camino: más que oscuro el timbre pareció mate, algunos pasajes fueron feos y en cuanto quiso cantar piano el sonido se fue atrás o apareció un color blanqueado chocante. Señalar también varios ataques glóticos y sus incidentes salivares en los pasajes más dramáticos: síntoma inequívoco de cantante que recurre a resonancia "bucal". Mientras canta en voz plena, sabe lo que es el legato y acentúa como debe un cantante de ópera. No es un Sigmundo completo aún, pero sí entusiasma con su concepto arrojado y extrovertido, muy dominguiano en varios sentidos canoros y escénicos. Westbroek posee una bella voz de lírica de medio carácter, bien emitida en general aunque falta de metal arriba (algunos hablan de desafinaciones en esta franja). No frecuenta mucho la media voz, quizá debido a una emisión que confía más en sus virtudes naturales que en la cobertura. Me gustan las Siglindas sensuales y vulnerables y por este camino fue la suya, aunque tampoco le faltó carácter cuando se necesita. Una velsunga, en fin, que justifica que su hermano se la lleve para yacer con ella en el bosque.

A su lado, el Hunding de König resultó monolítico pero sin suficiente fiereza. Por otro lado sigue pareciendo mentira que un director de orquesta permita que un bajo cante los apartes del personaje sin diferenciarlos del resto de sus frases.

Blythe es seguramente la cantante más dotada y con mejor técnica escuchada en la función. La voz es estupenda, de verdadera mezzo y su emisión en punta la diferenciaba del resto de cantantes a pesar del efecto igualitario de la toma de sonido. Sabe además cantar a media voz verdadera (ataque de "Deine ewiger Gattin"). Su Fricka fue mayestática (en lo vocal y en lo escénico) pero sensible; en alguna oportunidad un poco sentimentalona, siguiendo el carácter general que la producción parece haber estimulado en los cantantes, alejándolos de lo épico para entrar más bien en lo doméstico. A pesar de los detalles (lloriqueos, sollozos), no hay nada doméstico en la voz de Blythe, que es de los pocos cantantes actuales que podrían afrontar un Wagner de epopeya, a la antigua. Si acaso, señalar que algún momento (pocos) llevó la resonancia de pecho a una franja demasiado alta creando rupturas entre registros.

El nivel de la representación bajó según la ópera se fue centrando en Wotan y Brunilda. En primer lugar, la relación entre ambos fue representada como la de un padre un poco energúmeno y una adolescente atolondrada, que empieza haciendo bromas a Wotan y se pasa el resto de la función entre el puchero y la rabieta. Resultó bastante difícil tomarse en serio esta Valquiria de Voigt, que entró a hacer la escena del "Anuncio de muerte" cabizbaja y vergonzosa como una estudiante de instituto que va a recitar la lección ante su clase. Tampoco pareció muy creíble Terfel, quien hizo de Wotan un gigantón que se tambalea por el escenario y repite las mismas muecas una y otra vez. Vocalmente las cosas fueron un poco mejores. Ella presentó una voz lírica desgastada que conserva buen color en la zona media-alta pero resulta insuficiente en la aguda. El resto de la tesitura está entubada y resultó molesta sin conseguir el objetivo de paliar la falta de espesor. Además, esto le impidió modular sobre el aliento, con lo cual el resultado fue una Valquiria roma en los pasajes dramáticos pero sin variedad en el fraseo de los líricos (el comienzo de "War es so schmählich", por ejemplo, resultó cursi y gutural). Pura rutina: digna pero nada más. Su padre lució la emisión engolada, gruesa y fibrosa que le es inherente y que sus continuas muecas ponen en evidencia (un pilotito infalible). Canto, pues, vociferante en general, aunque también atendió a las inflexiones recurriendo a algo que está más cerca del "crooning" que de la media voz. Una actuación en todo caso valiente y sin incidencias, incluso en la última frase, lo cual debe reconocerse en un papel de tanta dificultad. Sin embargo estamos ante un cantante cuyos recursos expresivos son más bien toscos y el extremo grave exhibió sonidos desagradables.

Las ocho Valquirias aportaron toneladas de decibelios (uno se sintió aplastado contra la butaca) y contoneos varios. Aburrida desde el punto de vista escénico la Cabalgata, excepto por la posibilidad de que alguna de las amazonas pudiera resbalarse por las teclas del xilófono. La escenita de la recogida de huesos, bastante chusca.

El producto se completó durante los intermedios con las inenarrables entrevistas realizadas por Joyce di Donato  y el inevitable Plácido Domingo, que parecía muy contento con las Valquirias, el hombre.

1/5/11

"Das Lied von der Erde" en Málaga



La OFM cierra su serie dedicada al Mahler de la trilogía final, iniciada en diciembre con la Novena.

La orquesta sigue demostrando su buena disposición hacia este autor, puesto que todas las Sinfonías que han interpretado en los últimos años (Cuarta, Novena, Décima y "Canción") se cuentan entre sus mejores conciertos.

Aunque el conjunto no parece haber superado los problemas para ofrecer el sonido cálido, amplio y homogéneo de Mendelssohn, Bruckner o Brahms, parece que en Mahler el estupendo trabajo de cada sección basta y no se precisa un legato orquestal tan bueno como en los Románticos.

Dirigió las monumentales partituras Juanjo Mena, quien mostró tener varias ideas claras pero sobre todo una: este Mahler obsesionado con la muerte no está hecho para sonar bonito, lo cual se agradece cuando la tónica es un Mahler de timbres bellísimos y puliditos. Por tanto bien por ofrecer una interpretación con un concepto definido y aun mejor al acertar con el mismo. Además en estas obras es difícil llegar a convencer si no es poniendo en la ejecución un extra de convicción que a veces roce la histeria. Por ese camino transitó Mena con una "Canción de la Tierra" áspera en sus tiempos extremos, conscientemente terrible, a veces un poco deliberadamente (transiciones lentas y con las voces más siniestras destacadas). Buena elección de tiempos en general, acentuando la ligereza en las canciones del tenor y la solemnidad de la "Despedida", que quizá se acercó un poco al borde de la inconexión hacia el final. En el "Trinklied" incluso consiguió una cuerda (la sección habitualmente más floja de la orquesta) intensa y enérgica. Apuntó con fortuna el tono febril de este número. En las canciones más líricas el colorido fue el adecuado, poniendo énfasis en los pasajes de timbres estridentes, adhiriéndose así a la convicción de que incluso en lo extrovertido subyace amargura. En la sección central del cuarto Lied quizá exageró en el pasaje donde aparecen los jóvenes montados a caballo.