17/2/11

Schlusnus y la sencillez de la verdad

Ya retirado de la escena y a punto de concluir también su carrera de liederista, Heinrich Schlusnus grabó un recital de canciones de Strauss y Mahler que incluía una verdadera rareza entonces: el ciclo "El camarada errante". Rareza también desde el punto de vista del propio cantante, que del autor bohemio sólo había grabado anteriormente dos ejemplos de la colección "Das Knaben Wunderhorn". El registro constituye una especie de testamento artístico no sólo del barítono Schlusnus, sino de una forma de interpretar el género e incluso de la cultura de toda una época. Poco después Dietrich Fischer-Dieskau, su sucesor como primer cantante de Lieder en Alemania, grababa el ciclo bajo la dirección de Furtwängler. Intérprete poliédrico y analítico, capaz de producir con su voz una gama casi infinita de colores e intensidades, la suya es una versión igualmente imprescindible pero en la que se ha perdido para siempre la inefable sencillez expresiva del arte de entreguerras. Basta escuchar la estrofa que abre el primer Lied para darse cuenta de que todo en el canto de Schlusnus está subordinado a la mayor austeridad en los recursos: dicción perfecta, legato inmaculado, pequeñas y continuas modulaciones del aire que ablandan, colorean o difuminan el timbre con la naturalidad de quien recita. La habilidad para incorporar los claroscuros ocultando el mecanismo siempre fue uno de los rasgos de su arte. La voz se mantiene milagrosamente clara y ligera, incluso juvenil, y transmite pura añoranza del pasado. De la perfección del apoyo, legato y unión entre registros dan testimonio los dolorosos intervalos que caracterizan la melodía ("hab ich"), perfectamente unidos al resignado descenso por semitonos que sigue. Al aludir por segunda vez a la "oscura habitación" el tono se oscurece ("Dunkles Kämmerlein") y revela toda la profundidad de la desesperanza que domina el ciclo. Schlusnus tiene otro mérito: siempre encuentra el tono popular, llano y directo, en cada momento que así se pide. Algo que no siempre consiguen cantantes de este refinamiento. Así en la sección central, donde el timbre adquiere además una sonoridad etérea. Merece la pena atender al respeto de los numerosos signos de doble regulador que se exigen (<>): en particular, a los dos escritos en la última frase ("An mein Leide"). Canto a flor de labios que siempre mantiene el timbre y la ligadura del sonido. Un maestro.

4/2/11

Grandes Cantantes del pasado: Carlo Galeffi

"Quel ragazzo mi fa paura". (Titta Ruffo)

Vida y carrera:

Nacido en 1884 en Malamocco (Venecia) pasó por las clases de varios maestros antes de llegar a la Academia de Santa Cecilia. Sin embargo Galeffi sostenía haber sido un autodidacta: "Por supuesto estudié mucho. Pero nadie me enseñó en realidad. La mayor parte de mi formación musical data de la escuela primaria. A los veinte años empecé mis estudios vocales. Mi método era muy simple: empecé como extra en un teatro. ¡Un extra! No tenía nivel para el coro. Pero escuchaba atentamente a los cantantes. Intentaba imitar su forma de emitir el sonido. Copié sus formas de respirar y cuando creí que había aprendido lo bastante sobre los que consideraba los requisitos del canto, comencé a aprender papeles. Existía el problema de que no sabía tocar el piano para acompañarme. Mi pianista trabajaba en un bar romano - un lugar poco propicio de hecho. Cuando hube dominado varios personajes reuní el valor para presentarme a una audición. Desde entonces nunca he mirado atrás." El debut vino cantando "La favorita" en Fermo en 1907. Se sucedieron "Thaïs", "Un ballo in maschera" y "Aida". En 1909 cantó por primera vez Rigoletto en el San Carlo. No frecuentó los escenarios anglosajones, lo cual perjudicó su carrera discográfica, pero se convirtió en el principal barítono de La Scala desde el período de Arturo Toscanini. Entre 1912 (Posa) y 1940 (Scarpia) cantó treinta y dos papeles y más quinientas funciones en el templo milanés. Ningún otro cantante de primer rango ha alcanzado tales cifras. Su autor predilecto fue por supuesto Verdi, de quien también interpretó papeles infrecuentes entonces como Simón y Miller, pero no acababa ahí. Con más de sesenta personajes, su repertorio sólo excluyó el Belcanto (excepto Fígaro) y llegó a Wagner (Amfortas y Telramund) e incluso Boris Godunov. Estrenó varias óperas veristas ("Parisina", "L'Amore dei tre Re" e "Isabeau") y gozó de la admiración de Puccini. Su carrera se oscureció en los años cuarenta, pero mantuvo sus principales óperas hasta una edad avanzada. Excéntrico, esquivo e introvertido, al retirarse en 1955 desapareció de la vida pública. Enseñó en el Conservatorio de Ankara hasta 1959. Fue uno de más de tantos cantantes de la época que pasaron sus últimos días olvidados y en la pobreza.