27/10/10

Los peores (X): James McCracken

El caso de McCracken es digno de un Expediente X: hasta tal punto sería difícil explicar cómo un tenor de estas características llegó a hacer una carrera tan importante. El protagonista de esta historia obtuvo sus primeros papeles en la Metropolitan Opera House como partichino y comprimario en 1953: Parpignol, el mensajero de "Aida", Normanno, Roderigo, el Juez de "Ballo" o Melot se sucedieron hasta 1957. Entonces el joven aspirante de Gary, Indiana, obtuvo permiso de la dirección del teatro para viajar a Europa y completar su preparación y así convertirse en tenor protagonista. En Austria cumplió su sueño y comenzó a adquirir cierto prestigio como Otello en Viena y Zúrich. En este papel lo escuchó Rudolph Bing y tras una de las decisiones más desconcertantes del célebre empresario, McCracken se convirtió en el tenor dramático de la casa asumiendo de hecho el repertorio de Mario del Monaco, ausente del MET desde 1959. Radamès, Manrico, Canio, Don José y, sobre todo, Otelo pasaron a ser de su propiedad entre 1963 y 1978. Entonces es precisamente "Otello" la ópera que vuelve a marcar un giro en su carrera, pues el teatro no le ofrece protagonizar la función que debía televisarse (el elegido fue Jon Vickers) y él abandona airadamente la Compañía hasta 1983, cuando protagoniza su segundo retorno al escenario neoyorquino.

La voz de McCracken chocará a cualquiera por poca ópera que haya escuchado, puesto que su audición llega a ser desagradable al oído. Era esencialmente ingrata, con una extraña cualidad "percutiente" y explicaba bien la diferencia entre timbres oscuros y los que son sencillamente mates y sordos por estar emitidos sin enmascarar. Según las crónicas se trataba de un instrumento voluminoso y, siendo él mismo un hombre robusto, esto bastó para clasificarlo como tenor heroico. Desprovisto casi totalmente de técnica, en la zona de pasaje practicaba una especie de parodia de la cobertura en la que la emisión se estrujaba penosamente, a menudo calante y siempre agarrada a la gola, y desde ahí aparecían sonidos que nunca debieron aceptarse como musicales. El extremo agudo, despegado del resto de la voz, causaba angustia por la tensión mortal que sugería y no únicamente por el terrible vibrato stretto. No era un sonido timbrado como debe escucharse en un cantante de ópera sino estentóreo y destemplado. Forzado permanentemente, su línea era rígida, carente de cualquier tipo de modulación (si no en falsete) e inaguantable tanto por el tono monocorde como por la chapucera dicción, que continuamente se distorsionaba para sugerir intensidad dramática. Como sucede a menudo en los malos cantantes, McCracken ejercía su mal gusto con total sinceridad (en esto fue un fiel seguidor de Vinay) lo cual le ganó fama de intérprete "convincente". Como es natural su terreno eran los papeles escritos en la franja central, donde el ímpetu desaforado de su declamación parecía hacer su efecto - siempre que se aceptara la reducción de los personajes a monigotes vociferantes.

El público y la crítica anglosajones, impasibles, aceptaron todo esto e incluso podrá pensarse que McCracken sería una prueba más de la antipatía de estas audiciencias por los timbres genuinos de tenor - nítidos y con squillo. No grabó mucho, puesto que también mantuvo una relación compleja con las discográficas: con la Decca terminó incluso en los juzgados. Un par sus registros mantienen cierto prestigio: "Otello" (Barbirolli) y "Carmen" (Bernstein). Su encarnación del Moro de Venecia es un decálogo de todo lo que se puede hacer frente a un micrófono sin rozar el canto ni por casualidad. Quedan impresos en la memoria auditiva los escalofriantes aullidos del Cuarteto del segundo Acto y una terrorífica dicción de las erres que hace preguntarse sobre la función del productor del registro. Sobre este "Otello" hay que decir también que es representativo de cierto afán de desitalianizar la ópera italiana: dirección cuidada pero morosa y sin chispa teatral, una pareja protagonista desaliñada en lo vocal y un barítono que, aunque cantando muy bien, parece estar leyendo una tesis doctoral en Cambridge. En "Carmen" falla todo o casi todo, y bajo la extravagante dirección de Bernstein tenemos a una eximia vocalista desnortada en las escenas dramáticas y a un Don José del que sorprendentemente se sacaron buenas intenciones pero que nunca dejó de tener la personalidad vocal de Parpignol.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Qué opipnión le merece su grabación de FIDELIO junto a la Nilsson y Lorin Maazel?

Anónimo dijo...

¿Y su Waldemar en los GURRELIEDER junto a la Norman y Seiji Ozawa?